martes, 22 de mayo de 2007

Fábrica de arte.

Lo primero que hace Amélie al tomar un libro es hacerse preguntas, pero esta vez su curiosidad la llevó lejos. Una fábrica de arte fue su destino.


Por Natalia Holguín Rangel y Lina García Manjarrés.

De noche, bajo un árbol rodeado por la niebla, se hallaba una muchacha pasando las hojas de su más preciado libro, descubriendo en cada frase un universo nuevo que nacía del éxtasis que esta lectura producía. La magia de la historia la cautivó, la sedujo, llevaba 14 horas leyendo y aún tenía fuerzas para continuar. Pero la detuvo un interrogante: ¿cómo se hace un libro?

Caminaba hasta su lugar preferido mientras fumaba un cigarrillo y saboreaba su tinto, cuando una vitrina llamó su atención. En ella un libro, Cien años de soledad. Esa fue la invitación para entrar a la librería, fiel refugio en momentos en que su alma vestía de negro y la melancolía visitaba su vida.

Al interior de la librería tomó el libro, una de las grandes obras de la época según la prensa. Ojeando sus páginas y observando detalles que su exacerbada perfección la obligaba a realizar, descubrió un gran error en la introducción hecha por Carlos Fuentes. En su alusión al Bogotazo, había dado una fecha errónea. Amélie rió. Un libro de tal importancia, que busca la total perfección y la exquisitez de un lenguaje rico en descripciones, puesto en tela de juicio por tan torpe error.

Al oír su estruendosa risa, el administrador del lugar, Hernán Jara, sutilmente se acercó a preguntar por qué se burlaba. Amélie se atemorizó pero decidió explicarle. Y vio en los ojos de Hernán la oportunidad de saciar su curiosidad. ¿Cómo se hace un libro?, preguntó rápidamente, antes de que se fuera. Él la miró extrañado. Se sentó en una silla de cuero junto al estante de libros y la invitó a tomar asiento, el tema era complejo y extenso.

Hernán inició una densa descripción de los pasos para realizar un libro. Él le confirmó lo que su profesor de literatura le había dicho respecto a su inquietud: primero, el texto pasa del escritor al editor para que él decida (siguiendo las políticas de la empresa y los géneros preferidos allí) si el manuscrito puede llegar a ser libro. Entonces los errores son corregidos. Luego va con el diagramador y después el editor lo somete a una “Prueba azul”, para observar que el texto esté bien armado. El libro pasa a las manos del diseñador de carátula, encargado del toque final. Para terminar, va a impresión y encuadernación. Su destino: las librerías.

Amélie se despidió, sus preguntas ya habían sido resueltas pero estaba inconforme. Se había dado cuenta de que el arte no era sino comercio, que la obra de un autor no valía por su inspiración ni por su forma de escribir: el mercado definía su futuro. Las personas que se atrevían a desnudar al mundo en sus escritos estaban destinadas al olvido.

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